jueves, 27 de octubre de 2011

Otra de matsuri

De todo el tiempo que llevo en Japón desde que llegué en Abril de 2010, ha sido este verano de 2011 cuando más he disfrutado de mi estancia aquí. Principalmente, porque he tenido más tiempo para recorrer el país y descubrir esa magia que hace de Japón un país tan fascinante para los viajeros: sus paisajes, sus gentes, su cultura y sus tradiciones. Hoy voy a hablaros de esto último, de las tradiciones, concretamente de un par de matsuri o festivales tradicionales japoneses que tuve la gran suerte de vivir mientras visitaba diferentes lugares de Japón.



Ya os he hablado anteriormente de estos festivales, celebrados generalmente en honor de una deidad local, y que se viven en las ciudades con gran ambiente de alegría. Los japoneses salen a la calle vestidos con el yukata y el kimono, vestimentas típicas japonesas, y se montan estos puestos de comida típica: takoyaki, okonomiyaki, yakitori y yakisoba.



Durante mi paso por Kioto, la antigua capital de Japón, una de mis visitas fue el templo de Fushimi Inari-taisha, un destacado santuario sintoísta que es bien conocido por los miles de toriis rojos que marcan el camino a través de un bosque hasta la cima de una colina. Resulta que coincidiendo con mi visita se celebraba la noche del 23 de Julio el Yoi-miya matsuri en honor al espíritu de Inari, una de las deidades veneradas en Japón que representa la fertilidad, el arroz, la agricultura, la industria y el éxito.



El horario de visita de este santuario es normalmente desde que amanece hasta que atardece, pero durante la celebración del matsuri el santuario puede también visitarse de noche, ya que los pasillos de toriis se iluminan con cientos de farolillos de papel. Si el templo ya es impresionante en cualquier época del año, la noche del Yoi-miya matsuri se convierte en un lugar mágico, como si se tratara de un escenario sacado de una película de Hayao Miyazaki.











El segundo matsuri del que quiero hablaros lo viví cuando estaba de paso por Naha, la capital de Okinawa, el pasado 9 de Octubre, visitando a mi amigo Alain. Se trata del Tsunahiki, literalmente tirar de la cuerda. Este evento se celebra todos los años como parte del Naha Matsuri a principios de Octubre y sus raíces se remontan al s. XVII, cuando dos bandos de Naha, Este y Oeste, competían en una batalla.





La batalla consiste en tirar de una cuerda, de ahí el nombre de Tsunahiki. En la actualidad, la competición tiene lugar en la Calle 58, la avenida principal de Naha, y suele reunir a unos 25.000 participantes. Está registrado en el libro Guiness de los records como el Juego de la soga más grande del mundo. Y es que la cuerda pesa nada más y nada menos que 40 toneladas. Los concursantes tienen que tirar de ella agarrados a extremos más pequeños.







En el festival participan cientos de okinawenses vestidos con sus trajes tradicionales. Algunos se encargan de tirar de la cuerda mientras otros intentan animar y coordinar el movimiento de cada equipo. También acuden muchos americanos provenientes de las bases del ejército estadounidense asentadas en Okinawa y turistas japoneses. Nadie en la isla quiere perderse este acontecimiento.





Es muy divertido, pero harto frustrante, ya que tiras y tiras pero la cuerda es tan pesada que da la sensación de que no se mueve. En este vídeo que grabó Alain me tenéis dándolo todo, jajaja.



La competición dura 30 minutos y el reto consiste en arrastrar al equipo contrario un total de 15 metros. Si el tiempo finaliza sin que ninguno de los equipos haya conseguido llegar a los 15 metros, gana el equipo que haya conseguido arrastrar al otro aunque se trate de una distancia de centímetros.



Este año, la competición quedó en empate, es decir que al cabo de los 30 minutos el nudo de la cuerda seguía en el mismo sitio. No sabemos si llegó a moverse siquiera en todo ese tiempo. Pero lo importante era participar, claro, y formar parte de ese ambiente festivo.



De ahora en adelante, cuando viaje por Japón creo que empezaré a tener más en cuenta el calendario de festivales locales por si puedo hacer coincidir mi visita con un matsuri. La experiencia que te llevas del lugar es más interesante, ¿no creéis?

viernes, 7 de octubre de 2011

Érase una vez el Reino de Ryūkyū

Érase una vez una isla en mitad del vasto océano Pacífico, en algún lugar comprendido entre las islas del Japón y Taiwan.



Desde tiempos antiguos la isla se encontraba dividida en tres regiones, conocidas como los Tres Reinos: la Montaña del Norte (北山), la Montaña Central (中山) y la Montaña del Sur (南山). La región del norte constituía la mitad septentrional de la isla, era la mayor en superficie y militarmente la más poderosa, pero la más débil económicamente. La región del sur disfrutaba de una posición geográfica estratégica y subsistía gracias al comercio marítimo. La región del centro, por último, era la más fuerte en términos económicos ya que gozaba de excelentes relaciones con China.



Diferentes inestabilidades llevaron a estos tres reinos a la batalla por el control de la isla, cuyo nombre era Okinawa. El reino del centro salió victorioso y su líder, el rey Hashi, fue reconocido oficialmente por China con derechos sobre los territorios del norte y del sur, legitimando la unificación de la isla bajo un mismo reino, el Reino de Ryūkyū. Corría el año 1429.



El rey Hashi fundó la dinastía Shō y recibió el sobrenombre Shang por parte del emperador Ming, llegando a ser conocido como Shang Bazhi. Una de sus primeras medidas fue adoptar el sistema jerárquico de la corte china y establecer la capital política en Shuri, donde ordenó construir un castillo.



El castillo de Shuri se convirtió en la residencia imperial y el centro administrativo del reino Ryūkyū, haciendo que la capital floreciera como corazón político, económico y cultural, mientras que las actividades comerciales con China se llevaban a cabo desde el puerto de Naha.



Construido en lo alto de una colina, el exterior del castillo parecía una impresionante fortaleza. No obstante, en su interior contenía jardines y edificios de influencia estética china.



Uno de los elementos culturales que también llegó de China fueron los shisa, representaciones mitológicas mitad león mitad perro. La leyenda cuenta que un emisario enviado a China regresó de uno de sus viajes a la corte en el castillo de Shuri trayendo un regalo para el rey: una gargantilla con una pequeña figura de un shisa. Al rey le pareció un buen regalo y lo aceptó. Entonces sucedió que en la bahía del puerto de Naha apareció un dragón marino que aterrorizaba a la población, devorando a los habitantes y destrozando las casas y los cultivos. Mientras el rey visitaba la zona ocurrió uno de los ataques del dragón marino y toda la gente corrió a refugiarse. A una sacerdotisa se le había revelado en un sueño que debía convencer al rey para que permaneciese de pie en la playa, sujetando en alto la pequeña figura del shisa hacia el dragón. El rey se enfrentó al monstruo con el shisa en alto y un tremendo rugido envolvió la isla, tan profundo y poderoso que sorprendió incluso al dragón. Entonces, un gigantesco pedrusco cayó del cielo y aplastó su cola. El dragón no podía moverse, y finalmente murió. Con el tiempo, la piedra y los restos del dragón quedaron cubiertos por la vegetación y pueden verse hoy en día en los bosques cercanos a Naha. Desde entonces, la gente de la isla fabricó muchos shisa de piedra para protegerles del espíritu del dragón y de cualquier otra amenaza.



El edificio más destacado del castillo de Shuri es el Seiden, de arquitectura local mezclada con el estilo de arquitectura china. Flanqueando la entrada principal se encuentran dos enormes figuras de piedra representando dragones marinos. Era en este palacio donde el rey atendía los asuntos de estado y recibía a los enviados diplomáticos.







Frente al palacio se encuentra el patio de Una, donde tenían lugar las ceremonias más importantes, como la celebración del Año Nuevo o la investidura oficial de un rey Ryūkyū por parte de un emisario oficial de la dinastía Ming. El suelo de azulejo del patio tenía un diseño original. El pasillo central quedaba reservado para el rey, los oficiales de mayor graduación y los emisarios de China; mientras que las bandas perpendiculares servían para ordenar al resto de oficiales según su rango. El rey presidía las ceremonias desde el primer piso del palacio sentado en su trono.





La relación de tributaje con la dinastía Ming había dado comienzo con el Reino de la Montaña Central en 1372 y continuó tras la unificación de Okinawa bajo el reinado de la dinastía Shō, cuya autoridad se vio pronto extendida sobre las islas al sur del archipiélago hacia Taiwan y sobre las islas próximas a Kyūshū, la isla meridional de Japón.



Mientras en Europa daba comienzo la era de los descubrimientos, Asia vivía la edad dorada del comercio marítimo y el reino Ryūkyū prosperaba gracias a su posición clave entre el Este y el Sudeste de Asia.



Para las actividades marítimas del reino era importante la relación diplomática con la dinastía Ming. El florecimiento económico de Okinawa llegó de la mano de la política china del hai jin ("prohibiciones del mar"), que limitaba el comercio con China a los estados tributarios y a aquellos con autorización formal. China proveía de barcos al reino Ryūkyū para sus actividades comerciales y le concedía permiso oficial para hacer uso de los puertos bajo su control. Así, los barcos ryukyuenses navegaban por toda la región haciendo escala en los puertos de Fuzhou y Cantón en China, Pusan en la Corea de la Dinastía Joseon, Ayutthaya en el reino de Siam, Hoi An en Annam (Vietnam), Malacca, Java y Sumatra, entre otros de la región. También con Hakata (Fukuoka) y Sakai (Osaka) en Japón. Productos japoneses como la plata, espadas, abanicos, laca, biombos y productos chinos como las hierbas medicinales, cerámicas, textiles eran intercambiados por productos del Sudeste de Asia, como la madera de sampán, azúcar, hierro, marfil indio e incienso árabe.



La prosperidad comercial del reino cayó en declive a finales del siglo XVI, cuando la actividad de los piratas japoneses y la entrada de los europeos en la competencia del comercio marítimo llevaron a la pérdida gradual del trato preferente con China. Alrededor de 1590, el soberano feudal japonés Toyotomi Hideyoshi pidió al reino Ryūkyū ayuda en su campaña para conquistar Corea. En caso de éxito, Hideyoshi intentaría entonces ir contra China. Como el Reino Ryūkyū era un estado tributario de la dinastía Ming, la proposición fue rechazada. En consecuencia, el Shogunato Tokugawa que siguió a la caída de Hideyoshi autorizó al clan de Satsuma (actual prefectura de Kagoshima) el envío de una fuerza expedicionaria a conquistar a los Ryūkyū en 1609.



La sociedad Ryūkyū era de naturaleza pacifista, influida por el budismo, de modo que el reino no permitía a la población tener armas y el clan de Satsuma pudo invadirlo fácilmente. Esa prohibición del uso de armas se cree que fue en parte causa del desarrollo y crecimiento del Karate como arte marcial originario de Okinawa. La resistencia fue mínima y el rey Shō Nei fue tomado como prisionero y llevado al domino de los Satsuma, y más tarde a Edo (la actual Tokio). Cuando fue liberado dos años más tarde, el reino Ryūkyū recuperó su grado de autonomía pero se vio obligado a permanecer como subordinado del shogunato Tokugawa al mismo tiempo que a la dinastía Ming, y posteriormente a la dinastía Qing que continuó reconociendo la autoridad del rey Ryūkyū.



En esa época China había prohibido el comercio con Japón así que el shogun Tokugawa utilizó las relaciones comerciales tradicionales del reino Ryūkyū para mantener abierto el comercio con China a través de este. El reino de Ryūkyū estaba técnicamente bajo el control de Satsuma, pero sus tierras no eran consideradas parte de ninguna division administrativa de Japón y Okinawa gozaba de cierto grado de autonomía, para servir mejor los intereses del shogunato comerciando con China sin que estos se enteraran. Cualquier acción violenta de ocupar las islas Ryūkyū o de controlar sus leyes y su política hubiera llamado la atención de China, que teóricamente habría salido en su auxilio como reino tributario.



En 1866 tuvo lugar la última misión oficial del Imperio Qing en Ryūkyū. Seis años más tarde el nuevo gobierno japonés abolía el reino Ryūkyū y declaraba las islas como territorio asignado al feudo de Ryūkyū, comenzando así el proceso de anexión. Tras la restauración Meiji, en 1879 se aprobó la abolición de los clanes y la división del país en administraciones territoriales bajo control directo de Tokio, y entonces se constituyó la prefectura de Okinawa. Se concluyó así de anexionar el archipiélago a Japón y los ryukyuenses fueron considerados japoneses a partir de entonces, ignorando en todo momento la voluntad de sus habitantes. Esto fue percibido como una enorme tragedia pues conllevó el fin de las relaciones con China, con la cual los okinawenses estaban profundamente ligados históricamente. Por si fuera poco, el gobierno central recelaba de la herencia china en Okinawa y sistemáticamente intentó reprimir la cultura, las costumbres y las lenguas ryukyuenses en favor de una asimilación de la cultura y el idioma japonés estandar a través del sistema educativo. Afortunadamente, parte de la herencia cultural logró sobrevivir gracias a las artes tradicionales y cerca de un millón de habitantes de Okinawa todavía se comunican en uchinaguchi u okinawense. La otra parte de la población habla el idioma japonés en forma de dialecto okinawa-ben, con la presencia de muchos vocablos y expresiones prestadas.

Tras la batalla de Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial, el castillo de Shuri y otros castillos y fortalezas gusuku quedaron completamente destruidos terminando con los vestigios del antiguo reino de Ryūkyū. Una de las pocas estructuras que permanecieron en pie aparte de las murallas de las castillos fue el Tamaudun o Mausoleo real, que guarda las vasijas con los restos de los antiguos reyes de la dinastía Shō.





Okinawa es uno de los destinos más sorprendentes de Japón, en tanto que el lugar es la cuna de una cultura diferente a la del resto del país. Los okinawenses se caracterizan por ser gente cálida, amable y sonriente. Además, la naturaleza supo ser generosa con estas islas y las rodeó de aguas cristalinas repletas de coral y vida marina, nadie diría que un paraíso similar pudiera encontrarse en Japón.



Que el recuerdo de los Ryūkyū permanezca en la memoria de los okinawenses por siempre.

Gracias a Alain por hacer de buen anfitrión e invitarme a pasar unos días en su casa de Naha.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Ya tengo moto (en Japón)

Hace poco me he comprado una moto para andar por Japón.



Se trata de una Honda Giorno de 50cc. La compré de segunda mano en una tienda de Tsukuba por unos ¥50,000. La moto tiene algunos arañazos en la carcasa pero por lo demás parece en buen estado. Según el tipo que me la vendió el modelo es de 1997 pero el motor tira bien porque la anterior propietaria no le metía mucha caña. La he estado probando estos días y llega casi hasta 60 km/h sin problema, aunque se supone que en Japón sólo puedo conducir con ella a 30 km/h como máximo.



Su diseño clásico me encanta, las formas curvas, el culo grande, el faro redondo, el velocímetro de aspecto retro. Este modelo de Honda está claramente inspirado en la Vespa italiana, aunque lleva materiales más ligeros.



Es un tipo de moto bastante diferente del que solía conducir hace un par de años, una Honda Wave de 125cc con marchas y con cuerpo más delgado y ruedas de mayor diámetro.



Pensaba que iba a llevarme algo de tiempo acostumbrarme a la Honda Giorno pero con mi experiencia ha sido coser y cantar. Y es que yo, amigos, aprendí a conducir nada menos que en Vietnam, el país de las motos.



Antes de eso no me había subido a una moto en mi vida. No llevaba una semana que había empezado a trabajar en Saigón cuando apareció un tipo por la oficina y nos dijo a mi y mis compañeros que en esa ciudad sin moto no íbamos a ninguna parte, pero que él nos alquilaba una a buen precio. Dicen que allá donde fueres haz lo que vieres, así que no me quedó otra que aprender a conducir en Vietnam. Conducir una moto no tienen ningún misterio pero ahí donde lo veis, el país tiene uno de los mayores parques de motocicletas del mundo: se calcula que unos 22 millones de motos, y eso quieras que no complica el asunto. Ho Chi Minh City, con más de 4 millones, tiene un tráfico tremendamente caótico. Os dejo de muestra un vídeo que grabó mi amigo Peque cuando vino a visitarme.



Pero bueno, esto era un día normal al salir del trabajo, imaginaros por un momento conducir con un aguacero de esos que caen en temporada de lluvias, cuando el agua de las calles te llega por encima de los tobillos y las ratas salen de las alcantarillas para no morir ahogadas. A eso le llamo yo conducir en condiciones extremas.



Claro que después de aquello me veo capaz de conducir en cualquier lado. Sobreviví y salí de allí con la lección bien aprendida. La escuela de la calle de Saigón me enseñó el auténtico y genuino estilo de conducción de moto basado en desafiar cualquier lógica. A continuación paso a enumerar el decálogo de normas de tráfico que aplican en Vietnam:

1. Respetar el número máximo permitido de pasajeros.





2. Respetar las medidas estándar de peso, volumen y fragilidad para el transporte de mercancías.









3. Respetar las normas básicas de circulación, circular siempre por el carril adecuado cediendo el paso a los vehículos más grandes y evitar conducir en sentido contrario a la vía.







4. Respetar la normativa de estacionamiento, aparcar únicamente en los lugares indicados al efecto y bajo ninguna circunstancia obstaculizar las vías públicas.





5. Repostar únicamente en gasolineras y estaciones de servicio reglamentarias.





6. Utilizar la motocicleta con el único fin de servir como medio de transporte.











7. Circular siempre con la protección adecuada, el uso del casco es obligatorio.





8. En caso de que el vehículo necesite reparación, acudir a un taller oficial.



9. Adquirir recambios originales en los establecimientos homologados.









10. Certificar cualquier modificación estética o de rendimiento que se realice al vehículo.



En fin, que yo en Vietnam aprendí a conducir como un vietnamita más y nadie entiende de motos como esa gente, así que espero no tener ningún problema si intento aplicar el mismo código en Japón, al fin y al cabo sólo estamos comparando uno de los países más laxos en cuanto a normas de tráfico con uno de los más estrictos.



Nos vemos en las calles.