jueves, 28 de octubre de 2010

Shanghai, la perla de Oriente

El viaje por China llegaba a su última etapa. Nos despedimos de las tranquilas plantaciones de té a las afueras de Hangzhou y partimos hacia la agitada Shanghai en tren, con la ilusión de ver qué nos deparaba la metrópolis más grande de China. En apenas hora y media llegamos a la estación de tren del Sur y desde allí nos plantamos en metro en nuestro hotel en El Bund. Ya estábamos en el centro de Shanghai (上海), la ciudad “sobre el mar”.



A las 3 de la tarde empezamos nuestra visita por el Bund, nombre que le dieron los británicos al barrio situado a orillas del río Huangpu. A lo largo del paseo fluvial están situados los edificios más emblemáticos de la etapa colonial europea. A finales del s. XIX este lugar era uno de los mayores centros financieros de Asia; en el presente una de las zonas más visitadas por los turistas.



Uno de los atractivos de este paseo son las vistas que ofrece a Pudong, el barrio situado justo al extremo opuesto del río y que contiene el skyline de Shanghai, uno de los más fantásticos de Asia. Pocas ciudades pueden mostrar tan increíble contraste, a un lado del río lo antiguo y al otro lo moderno.



Pudong sería una de las zonas que dejaríamos para visitar al día siguiente. El primer día simplemente nos dedicamos a pasear cerca del hotel, el Bund y Nanjing Road, la principal calle comercial del centro de Shanghai. Una de las cosas que más me llamó la atención respecto a mi anterior visita en 2008 fue la cantidad de gente que había por las calles del centro de la ciudad y en el metro, no cabía duda de que la celebración de la Exposición Universal había atraído a muchísimos visitantes chinos. En algunos momentos llegaba a ser agobiante. Me imagino que la gente que vive en Shanghai tiene que estar deseando que se acabe ya la EXPO para volver a la normalidad.



Al caer la noche quedamos para cenar con Enrique, mi compañero de beca ICEX destinado en Shanghai que después de pasar un año trabajando en la Oficina Comercial consiguió encontrar otro curro y seguir disfrutando de la vida de expatriado en China. Si hay algo de lo que me siento afortunado es de tener amigos en distintas ciudades de Asia que siempre me han tratado estupendamente cuando les he visitado, Enrique es uno de ellos. Compartí con él el único fin de año que he pasado alejado de mi familia en mi vida y más tarde cuando fui a visitarle en año nuevo chino no dudó en ofrecerme su casa. En esta ocasión nos llevó de cena a un restaurante de hot pot chino. Yo me moría de ganas por enseñar a mis amigos de España esta curiosa forma de cenar típica de muchos países de Asia (en Vietnam yo lo conocí como Lẩu y en Japón lo llaman Shabu-Shabu).



El hot pot es una especie de fondue chino. Incluye un gran número de alimentos que se colocan alrededor de un caldo caliente situado en el centro de la mesa. Los ingredientes del hot pot suelen ser carne, verduras, marisco, setas, dumplings y por supuesto fideos. La mayoría de verduras, marisco y setas suele dejarse cociendo en el caldo durante un rato hasta que están listos y pueden comerse. La carne, en cambio, suele presentarse cortada en tiras pequeñas para que la cocción sea instantánea. Después de cocerse en el caldo la comida puede untarse en distintas salsas que uno puede prepararse al gusto. Aunque parece un plato típico de invierno en el Saigón tropical yo acostumbraba a comerlo de vez en cuando y el restaurante chino al que nos llevó Enrique estaba concurrido en pleno Agosto. A mis amigos creo que les gustó esta forma curiosa de cocinarse uno mismo la comida en la propia mesa. Lo mejor del hot pot es que las cenas siempre transcurren con calma y tienes la oportunidad de charlar de forma distendida con tus acompañantes. Yo aproveché para ponerme al día con Enrique y que me contara cómo era su vida en Shanghai, me alegró saber que no le va nada mal y que es feliz viviendo allí. Después de la cena nos fuimos de vuelta al hotel para descansar y levantarnos temprano al día siguiente. ¡Había toda una ciudad que visitar!



Empezamos por una de mis zonas favoritas para hacer turismo en Shanghai: Old Street, un cruce de calles que recrea el aspecto de la China clásica en sus edificios.



Es un lugar asquerosamente turístico pero yo disfruto mucho perdiéndome por sus callejones repletos de pequeñas tiendas de recuerdos. Es una zona de la ciudad con mucha vida.



El centro del bazar está ocupado por la casa de té Huxinting y el Estanque del Loto, que es atravesado por el Puente de los Nueve Giros, un puente con 9 zigzags cuya leyenda dice que permite deshacerse de los espíritus malignos que persiguen al que lo cruza.



A los chinos les gustan las supersticiones y el puente siempre está abarrotado de gente que va de un lado a otro.



Tras atravesar el puente llegamos a la entrada del Jardín Yuyuan, uno de los lugares más pintorescos que uno puede visitar. Un oasis de calma en el centro de una ciudad tan bulliciosa como Shanghai.



Es un ejemplo perfecto de jardín chino, contiene todos los elementos clásicos. Construido entre los años entre los años 1559 y 1577 y diseñado a imagen de los jardines imperiales combina a la perfección suntuosos pabellones, estanques de carpas y una cuidada vegetación.







Después de dejar Shanghai Old Street paseamos hasta People's Square, el corazón de Shanghai.



El parque contiene 3 edificios importantes y de arquitectura interesante: el Museo de Shanghai (izquierda), el Teatro Ópera de Shanghai (centro) y el Museo de Planificación Urbana de Shanghai (derecha). Íbamos bien de tiempo así que quisimos dedicar cerca de una hora a visitar el Museo de Shanghai.



Dentro del museo encontramos una gran colección de arte chino antiguo, con numerosos objetos y representaciones de la cultura china divididas en 10 galerías: bronce, escultura, cerámica, jade, pintura, caligrafía, sellos, monedas, muebles de las dinastías Ming y Qing y artes de las minorías chinas. Merece bastante la pena dedicar un tiempo a la visita. Después tomamos el metro en People's Square y cruzamos por debajo del río Huangpu para llegar a Pudong sobre la hora del atardecer.



Pudong es el distrito financiero de Shanghai. Esta zona contiene algunos de los rascacielos más emblemáticos de Asia, como el Oriental Pearl Tower, y también dos de los edificios más altos del mundo, la torre Jin Mao y el Shanghai World Financial Center.



Actualmente, el Shanghai World Financial Center es el tercer rascacielos más alto del mundo por detrás del Taipei 101 y por delante del Hong Kong International Commerce Centre y de las torres Petronas de Kuala Lumpur. Como gran aficionado a los rascacielos que soy y habiendo visto los otros 3 no quise perderme la oportunidad de subir a otra de las maravillas arquitectónicas del hombre. ¿Me acompañan hasta la planta 100, a más de 430 metros del suelo?



Cuando llegamos arriba ya había anochecido y esto fue lo que nos encontramos, la ciudad de Shanghai iluminada a nuestros pies. IMPRESIONANTE.





¡Qué vértigo! Es una de las panorámicas nocturnas más increíbles y futuristas que he visto en Asia; con la torre Jin Mao y la estrambótica Oriental Pearl Tower al frente y al otro lado del río el Bund y el resto de la metrópolis extendiéndose hasta el infinito.



No obstante, a pesar de la nada despreciable altura del Shanghai World Financial Center ¿adivináis cual sigue siendo todavía el verdadero icono de Shanghai? No es otra que la Oriental Pearl Tower.



Esta torre de televisión con forma tan curiosa, la tercera más alta del mundo que pronto será eclipsada por Tokyo Sky Tree, fue construida nada más y nada menos que en 1995, pero su aspecto resulta hoy en día igual de futurista y permanece como el símbolo de modernidad de la capital económica de China. Desde esta zona de Pudong cercana al río Huangpu puede contemplarse el Bund brillando en la noche, otro espectáculo de luces con los barcos turísticos iluminados pasando por el río.



En la actualidad otras ciudades de China han experimentado un crecimiento urbanístico imparable pero ninguna ha sido capaz de alcanzar todavía a Shanghai, que se mantiene como el referente de la China del futuro y de su esplendor económico. Todo ello sin olvidarse del pasado y habiendo sabido conservar parte de la herencia cultural de los países occidentales que la influenciaron. Una fascinante confluencia de lo oriental con lo occidental, de lo antiguo y lo moderno, así es Shanghai.



La auténtica perla de Oriente.

lunes, 25 de octubre de 2010

Lecciones sobre el té en Hangzhou

Como comentaba en el post anterior, el primer día que pasamos en Hangzhou lo dedicamos a recorrer el Lago del Oeste en el centro de la ciudad. Al caer la noche, dimos una vuelta por el mercado nocturno de Pinghai Road.



Entre las muchas tiendas de recuerdos que había encontramos algunas casas de té con bastante actividad. Vimos que el té es uno de los artículos de recuerdo más apreciados por los visitantes de esta ciudad de China.



Y es que podríamos hablar de Hangzhou como un paraíso para los amantes del té. La variedad de té verde que se cultiva en esta zona de la provincia de Zhejiang está considerada uno de los mejores té chinos. Es conocida como té de Longjing y pertenece a la lista de los diez tés más notables de China.



Nosotros quisimos conocer más acerca del té de Longjing y durante el segundo día de estancia decidimos hacer de forma improvisada una excursión a los alrededores de Hangzhou para ver las plantaciones de té.



Buscando información vimos que nuestra mejor opción era acercarnos al Museo Nacional del Té de China, situado en un entorno privilegiado rodeado de montañas a las afueras de Hangzhou, en ruta suroeste hacia Shuangfeng. La dirección exacta es 88 Longjing Road (ver en Google Maps) y se puede llegar con los autobuses urbanos K27 y el autobús turístico número 3. A nosotros nos venía mejor el K27 pero fue bastante aventura coger un autobús urbano en China sin saber donde narices bajarnos, íbamos todo el camino pendientes para no pasarnos el Museo. Como la parada correspondiente estaba justo antes de este, nos la pasamos y tuvimos que bajarnos en la siguiente y caminar de vuelta.



Al llegar al Museo lo primero que vimos fueron las plantaciones de té que hay en los alrededores, donde el té verde de Longjing es cultivado y recogido a mano.



El Museo Nacional del Té de China es el único museo estatal dedicado al té en China desde que fue abierto en Abril de 1991. Ocupa un área de 4,7 ha y el complejo integra varios centros con distintas funciones: exposiciones culturales, entrenamiento para la cata y la ceremonia de preparación del té, investigación científica, conferencias y seminarios, hasta un restaurante. El centro cultural es el edificio principal y recibe diariamente a cientos de visitantes chinos y extranjeros, a los que acoje amablemente en su afán por promover la cultura del té y transmitir la importancia del té en la civilización china.



El centro cultural contiene diversas exposiciones. Una de las más interesantes es la dedicada a la historia del té. Allí los visitantes pueden comprobar que el té es una de las mayores contribuciones de China a la humanidad. En el Museo se exhiben muestras de árboles de té salvajes como prueba científica de que la planta es originaria de este país y de que los chinos fueron los primeros en descubrir el uso del té como infusión hacia el año 2500 a.C. Al principio se trataba de una simple costumbre servirse de las hojas de té para conferir un buen sabor al agua hervida pero con el paso del tiempo empezó a formar parte esencial de la sociedad china y se desarrolló una cultura en torno al té.



El uso del té se extendió desde China hacia el resto de Asia (a Korea y a Japón llegó de la mano del budismo) y terminó convirtiéndose en un elemento característico de la cultura oriental tradicional, tal y como lo conocemos hoy en día. El té llegó por primera vez a occidente a través de los comerciantes turcos en el s. VI pero fue introducido posteriormente cuando los portugueses llegaron a la India en 1497, donde el consumo estaba muy extendido. Los primeros cargamentos llegaron a Europa a través de la Compañía de las Indias Orientales hacia 1610. En 1800 ya había acuerdos comerciales con China para la producción y exportación de té a países de occidente.



En el mismo centro cultural hay otra exposición sobre los diferentes tipos de té que existen y tienen ejemplares traídos de todas las regiones de China. Las variedades se distinguen por su color, que viene determinado por su grado de oxidación, el cual se alcanza después de pasar por un proceso denominado fermentación. Las principales variedades son las siguientes:
  • Té verde: es un tipo de té no oxidado, las hojas se recojen y se dejan secar para después ser fragmentadas. Se caracteriza por un sabor fresco y un delicado aroma con notas herbales.
  • Oolong: es un té semi-fermentado, queda entre el verde y el negro en oxidación. Se caracteriza por un sabor algo amargo con regusto dulce.
  • Té negro: es un té oxidado, de color marrón oscuro. Las hojas se cosechan y se marchitan mediante secado con aire; posteriormente se oxidan bajo condiciones controladas de temperatura y humedad. El nivel de oxidación determina la calidad del té. Se caracteriza por un aroma rosáceo y un sabor más dulce.
  • Pu-erh o té rojo: es una subclase del té negro de color rojizo. El proceso de fermentación de esta variedad puede durar de 2 a 60 años en barricas de roble, lo que confiere a las hojas ese color cobrizo que luego pasa a la infusión.
A mayor procesado, mayor es el aroma y la duración del sabor. El té negro posee un aroma más fuerte y contiene más cafeína que otros tés con menores niveles de oxidación. Así mismo, mientras que el té verde por lo general pierde su sabor al cabo de un año, el té negro lo retiene por varios años. Es común también mezclar las distintas variedades de té con diversas plantas con el fin de obtener infusiones más aromáticas y agradables al paladar. Algunos ejemplos son el té de jazmín, un té verde con flores de jazmín añadidas, y el Earl Grey, un té negro con aceite de bergamota.

Las propiedades saludables del té son bien conocidas y desde su descubrimiento ha sido utilizado con fines curativos y eficaz en la prevención de algunas enfermedades. Cada variedad presenta diferentes cualidades beneficiosas y es bueno conocerlas. El té verde, por ejemplo, ayuda a la circulación de la sangre y tiene una función de desintoxicación disipando los efectos nocivos del alcohol; el té negro estimula el sistema nervioso central al ser una fuente de cafeína, previene de enfermedades cadiorvasculares, disminuye los niveles de grasa, reduce el colesterol y actúa como diurético; el té Oolong ayuda a perder peso, actúa contra la diabetes y reduce la presión sanguínea; el té de jazmín, por último, mejora la piel y la cara y repone vitaminas.

Al final de la exposición sobre los tipos de té, el personal del Museo invita a los visitantes a tomar parte en una cata de té gratuita para asimilar mejor los conceptos.



Nosotros aceptamos encantados la invitación y nos llevaron a una sala con una mesa sobre la que estaban todos los utensilios necesarios para preparar el té. Por supuesto la cata venía precedida de una exhibición en vivo de la ceremonia del té china. Una maestra del té nos enseñó las diferentes variedades de té ya procesadas y nos dió a oler cada frasco para percibir el aroma de cada una. A continuación, nos explicó que cada té tiene una forma única de prepararse y procedió con la demostración.



El té verde se prepara con agua por debajo del punto de ebullición, de 75 a 85 ºC. Si la temperatura es mayor entonces el té se pone amargo. Generalmente este té no se sirve con leche ni azúcar. El té Oolong se cuece con agua a temperatura entre 90 y 95 ºC. Puede ir acompañado de miel o de limón. El té negro se prepara con agua a 100 ºC. Es apropiado acompañar este con leche y azúcar, como acostumbran los ingleses, aunque está demostrado que hacerlo contrarresta los efectos beneficiosos del té. Por último, también tuvimos la oportunidad de probar el té de jazmín, el cual se prepara dejando reposar la flor en agua a 75 ºC hasta que al cabo de unos minutos el bulbo se abre como por arte de magia.



La exhibición ayudaba sin duda a comprender mejor los misterios del té y por otro lado ver a la maestra del té manejar los utensilios de forma sutil y con tanta gracia, con toda clase de gestos, era todo un espectáculo de coordinación. Hoy en día existen diferentes formas rituales de preparación del té, todas ellas influenciadas por la ceremonia del té en la Antigua China, siendo quizás la ceremonia del té japonesa la que más llegó a evolucionar hasta el punto de desarrollar su propia disciplina, el Chado (茶道). Supongo que viviendo en Japón tendré algún día la oportunidad de asistir a una ceremonia del té japonesa y comparar.



Después de la exhibición y la cata pasamos por la tienda del Museo para comprar té de recuerdo. Aunque no estábamos obligados nos pareció el mejor sitio para hacerlo, ahí no nos iban a timar desde luego.



En Japón es costumbre llevar a los amigos y a los colegas del trabajo un regalo de recuerdo cuando se viaja, esta tradición se denomina Omiyage. Me pareció una buena idea comprar té para los compañeros del laboratorio ya que los japoneses son aficionados al té y seguro que apreciarían el té de Hangzhou, uno de los mejores del mundo. Así pues me llevé una bolsa con té verde de Longjing y varios bulbos de té de jazmín, que resulta muy vistoso al prepararlo. No hay ni que decir que acerté de pleno. ;-)



La visita al Museo Nacional del Té de China a las afueras de Hangzhou fue una buena jugada de improvisación por nuestra parte. Yo en particular aprendí bastante sobre el té, un elemento destacado de la cultura oriental que tanto me interesa, y desde entonces soy más aficionado a tomar té a diario, estoy a ver si logro sustituir el café. En cuanto a la excursión, sólo nos llevó algunas horas por la mañana y al mediodía ya estábamos de vuelta en el centro de Hangzhou para coger el tren hacia nuestro siguiente destino... Shanghai.

lunes, 18 de octubre de 2010

Hangzhou - La ciudad del Lago del Oeste

Tras un breve inciso sigo relatando las crónicas de mis vacaciones en China en Agosto. La primera parte del viaje transcurrió al sur de China, en la región de Guangxi, donde mis amigos y yo visitamos el conjunto escénico incomparable de los paisajes de karts de Guilin, las terrazas de arroz de Longsheng, el río Li a su paso por Xing Ping y los alrededores de Yanghsuo. La segunda parte del viaje nos llevó al este de China, primero a Hangzhou y a continuación a Shanghai.



Hangzhou se sale un poco del itinerario turístico típico de China pero tenía yo ganas de visitar esta ciudad porque varias personas me habían hablado bien de ella. Todas las guías de viajes coinciden al señalar que es una de las ciudades más bellas de toda China y el mismo Marco Polo afirmó que era “la ciudad más suntuosa y elegante del mundo” cuando pasó por allí en el s. XIII. Una ciudad con mucha historia sin duda; fue fundada 2200 años atrás y pertenece a la lista de las 7 capitales históricas de China. Fue la capital de la dinastía Song del sur entre los años 1127 - 1276 y en aquella época llegó a ser la ciudad más poblada del mundo.



Además de haber jugado un papel importante en la historia de China, si por algo destaca Hangzhou es por sus paisajes y su extraordinario patrimonio cultural. En el centro de la ciudad se encuentra el Lago del Oeste, alrededor del cual descansan numerosos pabellones y pagodas, edificios históricos y preciosos jardines. Quisimos dedicar el primer día de nuestra estancia en Hangzhou a pasear tranquilamente por la orilla de este lago e ir visitando los principales puntos de interés.



Empezando por el extremo sudeste del lago está el monte Wu, sobre el que se sitúa la Pagoda Chenghuang. Fue lo primero que visitamos.



No es que se trate de un edificio de gran importancia pero al estar situado sobre una colina nos permitiría obtener una buena perspectiva del centro de la ciudad y de la magnitud del lago para poder así planificar mejor la visita.



Desde la séptima y última planta disfrutamos de una estupenda vista de pájaro de la ciudad.



También desde ahí arriba pudimos comprobar que Hangzhou está rodeado de montañas. Parte de la belleza que exhibe se debe a que convive en perfecta armonía con la naturaleza y el color verde predomina por encima del resto, en contraste con otras ciudades chinas en las que estado que siempre me han parecido de un color muy gris.



El Lago del Oeste se veía más grande de lo que en principio imaginábamos pero calculamos que en el mismo día seríamos capaces de dar la vuelta completa de 15 km. Existen muchos Lagos del Oeste en todo el mundo pero el más famoso de todos es este de Hangzhou. No sólo contribuye a formar ese paisaje pintoresco del que presume la ciudad, también está asociado con varios aspectos de la historia y la literatura de China por lo que representa en cierto modo la cultura china. Pasear por las orillas repletas de sauces es tremendamente relajante, ojalá hacer el recorrido turístico de cualquier ciudad fuera así de cómodo.



Mientras paseábamos vimos que el lago era navegable y como no teníamos prisa alguna nos detuvimos en el primer embarcadero que encontramos y alquilamos un bote por cerca de una hora.



La idea era ir hacia el interior del lago y tener una buena panorámica de alrededor.







En la orilla sur del mismo sobre la Colina del Atardecer se encuentra una de las principales atracciones turísticas de Hangzhou, la Pagoda Leifeng. La pagoda original fue construida en el año 977 y por entonces tenía cinco pisos y forma octogonal, estaba hecha de ladrillo y madera. Durante la dinastía Ming piratas japoneses atacaron Hangzhou y quemaron la pagoda sospechando que esta escondía armas, sólo quedó en pie la estructura de ladrillo que terminó derrumbándose por falta de reparaciones.



La pagoda que ahora puede visitarse es una reconstrucción reciente del año 2000. Es tan moderna que no duraron en plantar unas escaleras mecánicas para subir hasta lo alto de la colina y un ascensor en su interior.





En la planta baja de la pagoda se puede visitar el Museo de los Restos de la Pagoda, que contiene las ruinas intactas de la anterior pagoda. La nueva pagoda fue levantada sobre la anterior después de analizar la base y encontrar numerosos tesoros.



La nueva pagoda no tiene mucho que ver pero es muy popular entre los turistas chinos por ser uno de los iconos de Hangzhou y ser representada en cientos de pinturas y obras de la literatura de la época Ming. Por supuesto también ofrece otra de las mejores vistas de la ciudad y del Lago del Oeste.





Desde aquí se puede ver claramente que el lago está dividido por un dique artificial en su parte oeste. Este dique fue construido por el gobernador Su Shi entre los años 1086-1094 y por ello se denomina Su Causeway. En el extremo norte del lago hay otro dique construido por el gobernador Bai Juyi entre los años 785-804, se denomina Bai Causeway. Decidimos atravesar el lago por la pasarela de Su y tras visitar la Pagoda Leifeng continuamos recorriendo la orilla suroeste. Llegado a este punto no sé por qué el Lago del Oeste me recordó al lago del Parque de Beihai en Pekín, con las vistas a la Colina de la Dagoba Blanca y a la Colina del Carbón. No sé si es cosa mía pero me pareció que los dos lagos tenían cierto aire.



Cruzar la pasarela de Su andando nos llevó más de media hora y ya era media tarde cuando alcanzamos la orilla norte del lago. Desde allí divisamos la pasarela de Bai, aunque no cruzamos por esta.



La parte norte del Lago del Oeste con las flores de loto y los puentes de la pasarela de Bai de fondo es una de las estampas más reconocibles de Hangzhou.



Con esta imagen tuvimos que despedirnos del lago. Todavía quedaban algunos lugares interesantes que visitar en la zona pero el tiempo se nos había echado encima y queríamos aprovechar para hacer otras cosas en Hangzhou, entre ellas ir a algún mercado de la seda.

Comprando seda en Hangzhou

No lejos del Lago del Oeste, al noroeste se encuentra uno de los mercados de seda más populares a los que se puede ir en taxi: Hangzhou Silk City (杭州中国丝绸城, podéis encontrarlo en Google Maps).



Hangzhou Silk City se encuentra en Xijiankang Rd y más que un simple mercado es un museo de la seda al aire libre.



La calle peatonal discurre entre pequeñas sastrerías con fachada de aspecto antiguo y con varias esculturas representando las diferentes etapas de la fabricación de tejidos. Dos de las cosas por las que Hangzhou es famosa es por la seda (rivalizando con su vecina Suzhou por ser una de las mejores del mundo) y por el raso o satén, para muchos absolutamente el mejor de todos.



En este mercado podemos encontrar retales de seda y otras telas a buen precio y si no somos muy hábiles con la aguja también sastres que confeccionan vestidos y prendas por encargo.



En el caso de los retales, el precio puede llegar a ser tan barato como en los mercados de Pekín o Shanghai y me dio bastante confianza. Aún así, como siempre hay que tener cuidado con la imitaciones. En el caso de la seda, hay varios consejos para distinguir seda natural de seda sintética. El más común consiste en quemar un borde del retal, la seda natural se hace cenizas mientras que la seda falsa se hace una pelota de plástico quemado. No obstante, muchos de los vendedores del mercado os harán una demostración de esto sin siquiera tener que pedirlo.



Después de hacer algunas compras por encargo, mis amigos y yo nos volvimos al hotel a cenar y por la noche salimos a dar una vuelta por el mercado nocturno de Pinghai Road. En este mercado se pueden encontrar recuerdos típicos de China, productos de imitación y antigüedades no tan antiguas, pero a nosotros lo que nos llamó la atención fue algo en concreto; otra de las cosas por las que Hangzhou es famosa y por lo que decidiríamos improvisar un plan de visita al día siguiente.



En el próximo post sabréis qué fue lo que vimos y hasta dónde decidimos llegar para saber más sobre ello.