viernes, 14 de septiembre de 2012

Mis padres en Japón

Durante la primera quincena de Septiembre mis padres han estado de viaje por Japón.



Si algo puedo decir sobre mis padres es que tienen una gran afición por los viajes, y pienso que he heredado su mismo espíritu. Recuerdo que cuando era pequeño cada año durante dos o tres semanas nos dejaban a mí y a mis hermanos a cargo de mi abuela y se escapaban a algún lugar de Latinoamérica, Europa o Norte de África. Luego cuando regresaban me moría de envidia viendo las fotos. Pero Asia siempre les pareció demasiado exótico y lejano, así que esperaron a que yo estuviese viviendo en Vietnam para viajar hasta allí y descubrir el Lejano Oriente. Ahora que me encuentro en Japón también han querido aprovechar para venir de visita y conocer el país. ¡Y vaya si les ha gustado Japón!



En Vietnam les dejé un poco a la aventura pero en esta ocasión sí que les he acompañado durante todo el viaje. Ellos nada más tuvieron que comprar los billetes de avión. Yo me encargué de planificar el itinerario, hacer las reservas de hotel y buscar los restaurantes de cocina japonesa más adecuados para ellos. Comenzamos el viaje con un recorrido de dos días por Tokio, viendo las zonas de Asakusa, Shinjuku, Shibuya, Ginza, Odaiba y Akihabara.



Después alquilé un coche y les llevé hasta las montañas de Nikko para ver el conjunto de templos y santuarios.



Pasamos la noche en un ryokan, un hotel tradicional japonés en mitad del bosque, con habitación de tatami y onsen (fuentes termales). Fue una experiencia muy auténtica.



Aprovechamos también para ver el entorno natural que rodea el lago Chuzenji y las cataratas Kegon.



De ahí regresamos a Tokio para coger el tren bala shinkansen y plantarnos en Kioto para ver el Japón tradicional.



Estuvimos tres días en Kioto, recorriendo los templos más importantes, el Palacio Imperial y el Castillo Nijō. También el barrio de Gion con sus casas de estilo antiguo.



Después fuimos hasta Osaka para ver el castillo y al día siguiente a Nara para ver su conjunto de monumentos históricos. Por último, regresamos a Tokio y dedicamos un día a hacer compras. Pienso que un itinerario así para los diez días que estuvieron de visita fue bastante completo, tampoco quería agotar a mis padres sino hacer que disfrutaran.



Además de la experiencia en el ryokan, tuvieron un poco de inmersión cultural y comprobaron cómo es el día a día en Japón. Les pareció una locura que pudiera vivir aquí siendo todo tan distinto.



También hubo muchos momentos de diversión a la hora del almuerzo y de la cena. Conseguí que probaran diferentes tipos de cocina japonesa y fue muy gracioso ver la cara que ponían al ver la comida. La cena de estilo kaiseki tradicional que nos pusieron en el ryokan, una variedad de platos refinados algunos con una presentación y un sabor muy curiosos, fue una especie de venganza por todas aquellas veces que de niño me obligaron a terminarme todo lo que me ponían en la mesa, me gustara o no.



Por supuesto, tampoco podía permitir que vinieran a Japón y se marcharan sin probar sushi, así que les lleve a un restaurante de kaitenzushi. Durante todo el viaje mi padre temía que llegara el momento de comer pescado crudo y, como ya me imaginaba, no le hizo mucha gracia. Dijo que no tenía mucha hambre y se dedicó a ver los platos pasar dudando si coger alguno de ellos. Mi madre en cambio fue muy valiente y quiso probar todos los tipos de sushi que pasaban por la cinta. Aparte, desde que aprendió a usar los palillos en Vietnam se apaña fenomenal.



Como recompensa por haberse atrevido a comer sushi, al siguiente día les llevé a degustar un plato más parecido a lo que comemos en occidente. Un filete de ternera de Kobe a la parrilla, una carne muy apreciada por su calidad. A mi padre esto ya le pareció otra cosa y le hizo cambiar de opinión sobre la cocina japonesa.



Estando de paso por la región de Kansai probamos también algunas especialidades locales. Fuimos a un restaurante de okonomiyaki y tuve que poner a prueba mi habilidad preparando un par de raciones en la plancha.



Al final del viaje, les pedí que me contaran sus impresiones y me dijeron que lo que más les había gustado de Japón había sido el barrio de Gion y los templos de Kioto, en especial el santuario de Fushimi Inari-taisha, con el pasillo de torii rojos subiendo hasta la cima de la montaña. En general, Japón les pareció un país precioso para venir de turismo, todo es muy bonito y está muy bien cuidado. También es verdad que no tuvieron que preocuparse por organizar nada ya que me llevaban a mí de guía, así que disfrutaron dejándose llevar. Yo, por mi parte, también disfruté mucho de su compañía y estoy feliz de que vinieran a verme.



Papá y mamá, ¡gracias por venir a Japón!